Esto puede ser algo de lo más común, sobre todo en el verano, pero hay que tomar ciertas previsiones para no sufrir lesiones o molestias en los pies más adelante. Lo primero que hay que tener en cuenta, como recomendación general, es que se deben evitar las horas centrales del día para caminar por la playa, intentando hacerlo al principio o al final del día, no sólo por el sol que recibiremos en nuestro cuerpo, sino, por la propia temperatura de la arena. Debemos aplicar crema solar protectora en todo nuestro cuerpo, incluido el dorso de los pies, ya que se trata de una zona sensible, que además no mantenemos expuesta al sol durante todo el año al llevar calzado cerrado, y que también puede sufrir quemaduras solares.
Hay que prestar mucha atención de dónde pisamos, ya que, por desgracia, muchas veces nos encontramos en la arena objetos de no deberían estar ahí y podemos sufrir algún corte o lesión si los pisamos con los pies descalzos. Tras una caminata por la arena, antes de acostarnos por la noche, debemos cuidar e hidratar nuestra piel con cremas específicas para el pie. Si nos centramos puramente en la actividad de caminar en la playa, debemos diferenciarla en dos: caminar por la orilla y caminar por la arena blanda.
La arena blanda es una superficie con una alta capacidad de absorción, inestable e irregular. Estas características van a hacer que cuando caminemos descalzos por ella, toda nuestra musculatura tenga que realizar un esfuerzo mayor para mantener la estabilidad de nuestro cuerpo, principalmente en la articulación del tobillo; algo que en determinadas ocasiones puede ser beneficioso para rehabilitación o fortalecimiento de ciertas estructuras, pero en otros casos puede ser el causante de lesión. La alta capacidad de amortiguación que presenta es beneficiosa a la hora de proteger nuestras articulaciones de los impactos, pero también nos genera una mayor tensión tanto en la planta del pie como en la musculatura de la parte de atrás de la pierna, ya que, durante nuestra vida diaria solemos llevar calzado con un poco de tacón, y al caminar descalzos por la arena vamos completamente planos y nuestro talón se hunde, por lo que aún generamos una mayor tensión en toda nuestra musculatura posterior, lo que nos puede generar algunas lesiones como fascitis plantar, sobrecargas en gemelos, problemas en tendón de Aquiles, etc.
Si hablamos de caminar por la orilla, observaremos que la arena presenta una mayor consistencia, por lo tanto, no tendremos el problema del hundimiento del pie y como consecuencia, aumento de tensión muscular. Tampoco tendremos el problema de inestabilidad, ya que la arena es mucho más compacta y estable. El mayor inconveniente que nos encontraremos al caminar por la orilla es la inclinación. La mayoría de las orillas de nuestras playas no son planas completamente, por lo tanto, al caminar sobre ellas estamos desequilibrando nuestro cuerpo, obligando a nuestras articulaciones a trabajar en una angulación que no es normal para ellas y obligando a una de las piernas a soportar más peso que la otra. Uno de nuestros tobillos tendrá que caminar ‘doblándose’ hacia fuera, mientras que el otro lo hará ‘doblándose’ hacia dentro, y así con el resto de las articulaciones de nuestro miembro inferior. Esto puede cambiar mucho de una playa a otra.
En conclusión, se podría decir que para algunas personas con ciertas lesiones o problemas sí puede ser beneficiosa esta práctica de caminar en la arena descalzos, mientras que, para otras puede resultar muy perjudicial de realizarse muy seguido. De todas formas, siempre tener el calzado adecuado a la mano puede resultar muy útil en cualquiera de las situaciones.